lunes, 25 de mayo de 2009

El Espíritu Santo en la vida del cristiano

Juan Pablo II1

1. En el Cenáculo, en la última noche de su vida terrena, Jesús promete cinco veces el don del Espíritu Santo (cf. Juan 14, 16-17; 14, 26; 15, 26-27; 16, 7-11; 16, 12-15). En el mismo lugar, en la tarde de Pascua, el Resucitado se presenta ante los apóstoles e infunde el Espíritu prometido, con el gesto simbólico del hálito y con las palabras: «¡Recibid el Espíritu Santo!» (Juan 20, 22). Cincuenta días después, otra vez en el Cenáculo, el Espíritu Santo irrumpe con su potencia transformando los corazones y la vida de los primeros testigos del Evangelio.

Desde entonces, toda la historia de la Iglesia, en sus dinámicas más profundas, está impregnada por la presencia de la acción del Espíritu, «entregado sin medida» a los que creen en Cristo (cf. Juan 3, 34). El encuentro con Cristo comporta el don del Espíritu Santo que, como decía el gran padre de la iglesia, Basilio, «se difunde en todos sin que experimente disminución alguna, está presente en cada uno de los que son capaces de recibirlo como si fueran los únicos, y en todos difunde la gracia suficiente y completa» («De Spiritu Sancto», IX, 22).

Desde los primeros instantes de vida cristiana

2. El apóstol Pablo, en el pasaje de la Carta a los Gálatas que acabamos de escuchar (cf. 5, 16-18. 22-25), delinea «el fruto del Espíritu» (5, 22) haciendo la lista de una gama de virtudes que hace florecer en la existencia del fiel. El Espíritu Santo se encuentra en la raíz de la experiencia de fe. De hecho, en el Bautismo, nos convertimos en hijos de Dios gracias precisamente al Espíritu: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gálatas 4, 6).

En el manantial mismo de la existencia cristiana, cuando nacemos como criaturas nuevas, se encuentra el soplo del Espíritu, que nos haces hijos en el Hijo y nos hace «caminar» por los caminos de justicia y salvación (cf. Gálatas 5, 16).

El Espíritu en la prueba

3. Toda la aventura del cristiano tendrá que desarrollarse, por tanto, bajo el influjo del Espíritu. Cuando Él nos vuelve a presentar la Palabra de Cristo, resplandece en nuestro interior la luz de la verdad, como había prometido Jesús: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14, 26; cf. 16,12-15). El Espíritu está junto a nosotros en el momento de la prueba, convirtiéndose en nuestro defensor y apoyo: «Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mateo 10, 19-20). El Espíritu se encuentra en las raíces de la libertad cristiana, que libera del yugo del pecado. Lo dice claramente el apóstol Pablo: «La ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8, 2). La vida moral --como nos recuerda san Pablo-- por el hecho de ser irradiada por el Espíritu produce frutos de «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22).

El Espíritu y la comunidad

La_Virgen_y_los_Santos 4. El Espíritu anima a toda la comunidad de los creyentes en Cristo. Ese mismo apóstol celebra a través de la imagen del cuerpo la multiplicidad y la riqueza, así como la unidad de la Iglesia, como obra del Espíritu Santo. Por un lado, Pablo hace una lista de la variedad de carismas, es decir, de los dones particulares ofrecidos a los miembros de la Iglesia (cf. 1Corintios 12, 1-10); por otro, confirma que «todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (1Corintios 12, 11). De hecho, «en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Corintios 12, 13). El Espíritu y nuestro destino Por último, le debemos al Espíritu el poder alcanzar nuestro destino de gloria. San Pablo utiliza en este sentido la imagen del «sello» y la «prenda»: «fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria» (Efesios 1, 13-14; cf. 2Corintios 1, 22; 5,5). En síntesis: toda la vida del cristiano, desde los orígenes hasta su última meta, está bajo la bandera y la obra del Espíritu Santo.

Mensaje del Jubileo

5. Me gusta recordar, en el transcurso de este año jubilar, lo que afirmaba en la encíclica dedicada al Espíritu Santo: «El gran Jubileo del año dos mil contiene, por tanto, un mensaje de liberación por obra del Espíritu, que es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la "ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús", descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre. En efecto --como escribe san Pablo-- "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad"» (Dominum et vivificantem, n. 60). Pongámonos, por tanto, en manos de la acción liberadora del Espíritu, haciendo nuestra la sorpresa de Simeón el Nuevo Teólogo, quien se dirige a la tercera persona divina en estos términos»: «Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz; me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora. ¡Oh prodigio! Estoy atento, lleno de respeto hacia mí mismo, de reverencia y de temor, como si fuera ante ti; no sé qué hacer porque la timidez me domina; no sé dónde sentarme, a dónde acercarme, dónde reclinar estos miembros que son tuyos; en qué obras ocupar estas sorprendentes maravillas divinas» (Himnos II, 19-27; cf. Exhortación apostólica post-sinodal «Vita consecrata», n. 20).

1Audiencia general, 13 septiembre del 2000.

viernes, 22 de mayo de 2009

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Tenemos el gusto de invitarlos a la gran Vigilia de PentecostésNews-Pentecost-Icon

Día: Sábado 30 de Mayo de 2009

Hora: 6.00 a 8.00 p.m.

Lugar: CEFEJ, San Pablo de Heredia

Inviten a sus familias, amigos y conocidos.

Será un momento muy significativo de encuentro con Jesús Eucaristía, en espera de la venida del Espíritu Santo.

Esta semana nuestras intenciones son:

  • La recuperación de la salud de María Eugenia Campos
  • La salud de Vita Villalobos, madre de nuestra compañera Nuria
  • El eterno descanso de la bebé, nieta de don Carlos
  • El embarazo de Aixa María González Arias
  • La situación laboral de Jorge Fernández
Gracias por acompañarnos en oración, les recordamos que pueden enviar sus propias intenciones al correo alianzadeamorcr@gmail.com

lunes, 18 de mayo de 2009

Religiosos y Laicos, una misión común en la Iglesia y en la sociedad

Douglas Umaña Esquivel

La acción del Espíritu Santo ha llevado a la Iglesia a emprender nuevos caminos para vivir el proyecto de Jesucristo en medio del mundo. Los laicos y las comunidades religiosas sintiéndose Iglesia toman cada día una mayor conciencia de la misión y colaboración entre si que deben ejercer. Y así, ponen en común, la propia riqueza que se convierte en fuerza transformadora a través de la acción en medio del mundo.

El Reino de Dios es la realidad fundamental en la predicación de Jesús, entonces descubrir la “misión”, nuestra misión es el imperativo dirigido por Jesús a sus discípulos: ¡Vayan! ¡Vayan y anuncien el Reino!. En la Iglesia todos sus miembros somos misioneros. Entonces, es toda la Iglesia que recibe la misión de evangelizar y el trabajo de cada uno es importante para el crecimiento de todos. Religiosos y laicos por tanto comparten en la Iglesia la tarea de ser misioneros en medio del mundo y desde el propio carisma anunciar a Jesucristo haciendo efectivo el Evangelio. Podemos decir por tanto que no hay varias “misiones”, hay solo una Misión compartida, y es la de anunciar a Jesucristo.

La iglesia por inspiración del Espíritu Santo nos dice en documentos como Evangelii Nuntiandi, Christifideles Laici y el documento conclusivo de Aparecida que los laicos, hombres y mujeres ejercen una amplia y variada gama de ministerios en la Iglesia. Ellos se desempeñan como cabeza de las comunidades locales, como catequistas, como maestros, como animadores de oración, como servidores de la Palabra, como ministros de los enfermos en casas y hospitales, como servidores de los pobres. Ellos juegan un papel importante en las acciones por la paz y la justicia entre las naciones. Los laicos son llamados por vocación a evangelizar el mundo de la cultura, de la política, de la economía, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional y de los medios de comunicación. Cada vez son más los laicos que motivados e inspirados en el carisma de un instituto comparten la propia riqueza para hacer más eficaz su labor en el mundo.

La Misión es el camino hacia la santidad. La santidad es la vocación universal de todos los bautizados en Cristo. La llamada al seguimiento de Jesucristo es válida para todos los fieles incorporados a la vida y misión de Jesús. El camino de la Misión es el camino de la santidad. La santidad es la perfección en la caridad, y la caridad es la tarea fundamental de la Iglesia desde la cual se construye el reino de Dios. Los cristianos son llamados a crear la cultura de la solidaridad, expresión del amor y desde ella establecer la civilización del amor abarcando todo los hombres y todas las esferas de la humanidad. Compartir la misma vocación a la santidad nos pone en circunstancias de igualdad que permite compartir entre religiosos y laicos el camino de seguimiento a Jesús para trabajar juntos en la edificación del Reino.

La familia y los jóvenes son llamados a desempeñar un papel especial en la común misión de la Iglesia. Si pensamos en las familias es importante recordar el bello nombre usado por el Vaticano II y repetido por Evangelii Nuntiandi describiéndola como la “Iglesia doméstica”. La familia, como Iglesia, es un lugar donde el evangelio se trasmite, especialmente a los hijos, y a través de ellos viene irradiado a otros, particularmente a través del testimonio de unidad y de amor

Cruz Ap 25En este momento en el que nos renovamos tras un centenario de caminar en Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús, el Espíritu del Señor está abriendo nuevos caminos para la actividad misionera de los laicos. Las comunidades religiosas hoy viven su carisma compartiéndolo con los laicos, la razón es más bien eclesial, ya que la Iglesia es una comunidad caracterizada por la comunión y la participación entre los llamados a vidas religiosas y los llamados a vidas consagradas como laicos. Hablando de esta realidad podemos evocar una ilustradora cita del Papa Juan Pablo II que dice en el documento para la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica.:“La novedad de estos años es sobre todo la petición por parte de algunos laicos de participar en los ideales carismáticos de los Institutos. Han nacido iniciativas interesantes y nuevas formas institucionales de asociación a los Institutos. Estamos asistiendo a un auténtico florecer de antiguas instituciones, como son las Órdenes seculares u Órdenes Terceras, y al nacimiento de nuevas asociaciones laicales y movimientos en torno a las Familias religiosas y a los Institutos seculares. Si, a veces también en el pasado reciente, la colaboración venía en términos de suplencia por la carencia de personas consagradas necesarias para el desarrollo de las actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración de vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto.

Uno de los frutos de la Iglesia “Comunión” es la colaboración y el intercambio de dones, para participar más eficazmente en la misión de la Iglesia. El carisma de cada instituto se manifiesta de dos maneras: viviéndolo y compartiéndolo con otros.

  La colaboración será profundamente eclesial en la medida en que exista una profunda convicción en la Iglesia sobre la llamada universal a la santidad, sobre la llamada universal a la Misión y sobre la llamada universal a crear una civilización del amor. Esta labor se realizará más eficazmente en la medida que exista claridad, encarnación e inculturación del carisma.

martes, 12 de mayo de 2009

Neumoterapia

Mercedes Casas, fsps

En todo tiempo no podemos olvidar el poder sanador de Dios que es el Espíritu Santo. Decimos: “sana lo que está enfermo” lo pedimos con frecuencia cuando oramos el Veni Sancte.

El Padre nos ha enviado a su Espíritu Santo para consolar, iluminar, fortalecer, aconsejar, enseñar, recordar, salvar, sanar, es decir, para librarnos de todo mal. Su venida a nuestra historia y a nuestro corazón tiene en cuenta todas las dimensiones de nuestra vida, sin dejar nada sin ser tocado por su amor y por su gracia, claro, siempre y cuando lo dejemos actuar.

San Ireneo decía que el Espíritu Santo es el dueño del mesón a quien Jesús, el Buen Samaritano, le confía nuestra humanidad herida para que nos cuide, nos cure. Es el “médico experto” dice San Buenaventura.

Es por eso que necesitamos una buena “terapia” de Espíritu Santo, es decir, un tratamiento de Espíritu santo. Así como existespirit2 la “helioterapia” que consiste en exponerse al sol, por medio de la “neumoterapia” (Pneuma en griego significa Espíritu) nos exponemos a la luz del Espíritu, a su acción sanadora, a su “unción espiritual”, que es ese bálsamo que calma nuestros dolores, cura las heridas, suaviza nuestras durezas.

La luz del Espíritu Santo es invisible, no se ve como la del sol, pero es poderosa porque es el Consolador. Nos conviene siempre, de manera intensiva, hacer cita con ese “médico experto”. La cita se da en la oración, y ahí podemos exponerle…

· Nuestra mente para que nos cure de nuestras “enfermedades mentales”, es decir, nuestras incredulidades, faltas de fe, de orgullo, juicios. Le entregamos de manera especial nuestra inteligencia para que sirva a la verdad y esté expuesta siempre a su palabra en la que encontramos su luz.

· Nuestra voluntad y corazón para que cure nuestras “enfermedades cardíacas”, es decir, nuestras frialdades, insensibilidad, dureza de corazón, poca acogida, dificultades de relación, amor propio, rebeliones.

· Nuestro cuerpo, para que cure nuestras enfermedades “corporales” porque Él puede curar nuestros “achaques y somatizaciones”.

La fuerza sanadora de Dios que es el Espíritu Santo, es más fuerte que todas nuestras enfermedades. Sólo Él puede sanarnos de nuestro pecado, cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Para exponernos a su terapia curativa tenemos su Palabra, los Sacramentos, la Oración. Así podemos tomar las dosis de Espíritu Santo que necesitemos.

Nuestro mundo necesita también de este Sanador, necesita de grandes dosis de Espíritu Santo, necesita someterse a una seria “neumoterapia”. No hay mejor forma de dar a conocer los beneficios de esta maravillosa terapia que sometiéndonos primero cada uno de nosotros a ella, que exponiéndonos día a día a la luz sanadora del Espíritu Santo. Nuestros hermanos, al vernos, nos preguntarán: ¿Cómo le haces para estar bien? ¿qué tratamiento sigues? Y nosotros les responderemos “Estoy acudiendo a un excelente médico que me da neumoterapia ¡te lo recomiendo!”. Más de alguno se interesaría y nos preguntaría el nombre de ese Médico y el lugar donde se realizan esas maravillosas curaciones. ¡Qué hermosa oportunidad para hablar del Espíritu Santo y dar testimonio de Él, de quien somos no sólo pacientes, sino sobre todo sus misioneros. Quien se somete a la terapia del Espíritu Santo se convierte al mismo tiempo en “neumatóforo”, es decir, quien lleva al Espíritu Santo, quien lo muestra o manifiesta.

Todas las mañanas, cuando oramos el “Veni Creator”, renovamos nuestra cita, todas las mañanas le abrimos el corazón para que actúe. Y Él está dispuesto a actuar y a derramar abundantes dosis de su amor. Que esta oración cobre mucha fuerza en nuestra vida, que nuestro “Ven Espíritu Creador” sea profundo, sincero y confiado. Entonces este Espíritu Creador podrá recrearnos el corazón, podrá hacernos criaturas nuevas, nueva creación.

María vivió siempre expuesta a la acción del Espíritu Santo, por eso es la “llena de gracia” y por tanto la “neumatófora por excelencia. Que Ella nos alcance del Señor Jesús la gracia de no poner resistencia a la acción de este gran Médico. Que nos dejemos someter a una “neumatoterapia intensiva” y vivamos dando testimonio de la acción sanadora del Espíritu en nuestro corazón.

sábado, 9 de mayo de 2009

Intenciones

Esta semana nuestras intenciones son:

  • El eterno descanso de Roy Alberto Solís, hermano de nuestra compañera Emilia Solís. Pedimos consuelo para su familia.
  • El embarazo de Aixa María González Arias
  • La situación laboral de Jorge Fernández
Gracias por acompañarnos en oración, les recordamos que pueden enviar sus propias intenciones al correo alianzadeamorcr@gmail.com