jueves, 24 de junio de 2010

Vivir en la dinámica del Amor

Por Rosibel Vargas Mattey

¡Dios es Amor! Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo. Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él (CIC 221). Los cristianos bautizados en la Trinidad participan de la comunión con cada una de las personas divinas. Así, el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae y el Espíritu lo mueve (CIC 259)

Es Dios quien nos ha amado primero, desde siempre nos ha llamado, nos dio la vida, y es Él quien quiere que vivamos para él. Es un Dios providente, que sabe lo que nos conviene. Es tan grande su amor, que nos ha amado hasta el extremo, y se asegura de que ni siquiera nuestros pecados puedan alejarnos de Él. Así, enviando a su único Hijo, da la vida para salvarnos. Para Dios no hay nada imposible en el amor, y María fue la primera creyente de esta fe.

Es un misterio muy grande el amor que Dios nos tiene. Debemos aprovechar este regalo de vida eterna que él nos quiere dar, aún sin merecerlo, él nos hace dignos, nos hace merecedores en el Hijo, solo Jesús Salva. Él es el camino para llegar al Padre, por lo tanto debemos transformarnos en él, solo así colmaremos los anhelos de nuestros corazones que gritan con Jesús: “Abba Padre”

El Espíritu Santo es el Amor y el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Si ya poseemos al Espíritu Santo en nosotros, poseemos entonces la dicha eterna, que gime en nuestros corazones los más íntimos anhelos de Dios en las personas. La fuerza del Espíritu de Dios en nosotros, posibilita que podamos responder a su llamado de unirnos a Cristo, para llegar a Él. Sus dones, frutos y carismas nos hacen vencer en la vida cristiana, nos llenamos también con la vida de la gracia que otorga en los sacramentos, especialmente la vida de Cristo que se nos da en la Eucaristía, esto fortalece nuestro espíritu para ser auténticos discípulos y misioneros y nos llena con su fuerza para responder al llamado universal a la santidad que toda persona posee.

20070408Ahora bien, El Espíritu Santo nos da la gracia, y esta vive en una dinámica de amor con la persona, él nos la da y requiere correspondencia. Hemos sido enviados para dar fruto, fruto que nacerá de nuestra íntima unión con Dios, y del esfuerzo cotidiano por ejercer las virtudes que nos van transformando. Este esfuerzo de virtudes,- heroicas muchas veces-, nos ayudan a conocernos, a aceptarnos y a transformarnos en la imagen que Dios ha puesto en nuestro corazón: y esa es la imagen de su Hijo amado Jesucristo Nuestro Señor. Por lo tanto necesitamos dejarnos mover por el Espíritu Santo para que la Verdad, que es Cristo nos descubra nuestros pensamientos, nuestras debilidades, nuestras fortalezas, nos convierta, nos sane y nos salve. Pero este esfuerzo sólo tomar valor en la medida en que está unido a Cristo. Debemos entonces vivir ofreciéndonos a Cristo, y ofreciéndolo al Padre por la salvación de los hombres. Jesús es la única ofrenda agradable a Dios, nosotros somos hijos amados en el Hijo. Este vivir ofreciéndonos unidos a Cristo, en intimidad con Dios y ejerciendo las virtudes en actos de amor continuados, nos hacen vivir en una cadena de amor continuada y oblativa que consuela al Corazón amoroso de Cristo que se contrista porque el Amor no es amado ni correspondido. Ofreciéndonos de esta manera, como miembros de la Iglesia, cuerpo Místico de Cristo y miembros de Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús, podemos decir como San Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”. (Col 1,24)

¡Jesús salvador de los hombres! ¡Sálvalos, sálvalos!

Para mí consolar al corazón de Jesús

Por Lauren Oviedo Ramírez

Es empezar con conocerme , adentrándome en mi interior, mojarme de las aguas sucias que llevo dentro, empaparme de ellas, conocerlas, descubrir que hay en esas aguas sucias que han hecho de mi historia personal momentos de pecado, dolor, sufrimiento, enfermedad, impotencia, vicios, debilidades, incoherencias , conductas aprendidas, etc, bajar hasta descubrir que esta agua pueden ser sanadas desde el Amor Misericordioso de Dios, como nos dice el profeta Ezequiel 47,8-12.Este torrente del templo del que hablas Ezequiel describe perfectamente lo que vivimos en nuestro cuerpo, que es Templo del Espíritu Santo.

Si dejamos que sea ÉL mismo quien nos sumerja a descubrir nuestro interior desde20051204 allí purificarnos, sanarnos, donde aprendemos a experimentar como Dios mismo nos consuela. Si no hacemos vida en nuestro ser como persona física, emocional, espiritualmente, el mismo consuelo de Dios seremos capaces de consolarlo, porque si siendo Dios se encarnó para experimentar y saber desde allí redimirnos. Perdonarnos, sanarnos, si dejamos que sea su mismo cuerpo su misma sangra quien al entrar en nosotros nos va transformando y así poder transformar nuestras realidades.

¿Cómo se sabe que es un dolor, una partida, la ausencia, la impotencia, la alegría, la oración, la ternura si no se ha vivido primero?

Cuando meditamos el pasaje de San Marcos 14,32. Cuando hago oración desde este pasaje me adentro en ese momento que experimentó Jesús, me pregunto que vivió, que sintió, el evangelista nos dice algunas cosas, muestras de los que jesús vivió, sintió, aunque me atrevo a decir que esas frases dichas verbalmente a los apóstoles y a Dios Padre intentaban decir lo que llevaba dentro de sí.

En ese momento estaba asumiendo, sintiendo, perdonando todos los pecados, horrores, injusticias, miserias humana, de cada hombre y cada mujer de todos los tiempos, claro que dolía, claro que deseaba huir de ello, sabía que Dios Padre lo podía librar de esta vivencia, sin embargo tuvo el coraje de esperar porque sabía que ese dolor sufrimiento, que estaba experimentando no libraría, vencería la muerte, Resucitaría y nos daría el regalo de la Vida Eterna. Cuado medito este pasaje intento estar allí cerca de Jesús verlo, aprender de ÉL, porque si yo sufro, si algo duele en el cuerpo, en el alma, si uno se desgarra por dentro, cuando nuestros gritos son escuchados en el silencio de Dios, en el desierto de nuestra alma, cuando creemos que nuestra oración no vale nada, es cuando descubrimos a nuestro Amado Abbá de cómo el Espíritu Santo es capaz de ir iluminando cada rincón de nuestro ser, cuando conocemos, experimentamos nuestras miserias y de cómo todo un Dios Uno y Trino nos muestra su Misericordia, entonces que gozo más grande porque empezamos a comprender como se le consuela, como uno es capaz poco a poco de desprenderse de uno mismo y buscar, salir al encuentro de mi prójimo, ponerme en los zapatos del otro, entender al otro .

Jesús dijo ¨Abba, Padre ¡Todo te es posible!¨. Y así es, todo lo puede hacer nuestro Padre de que cada instante de nuestra historia el vaya haciendo su obra en cada uno de nosotros. Cuando empezamos comprender lo que hace el pecado, los vicios, las injusticias, la fama, el poder, el saber, el placer, el egoísmo, etc; entonces podemos consolar a Jesús, en nuestro medio, desde nuestro carisma, siendo murallas, evitando el pecado, sosteniendo muchas veces a quienes van a caer, ayudando a levantarse a quien ha caído.

Si nuestro camino en la vivencia de la Espiritualidad de la Cruz es ir practicando la Cadena de Amor sus catorce reglas desde las tres virtudes características de nuestra espiritualidad: Amor, pureza y sacrificio, en hacer de cada instante desde nuestras realidades temporales , el ofrecimiento del Verbo, allí consolamos a Jesús.

La oración es fundamental en este camino, en Mateo 26,40-41, Orar a solas después de meditar la Palabra ante el sagrario, en nuestro cuarto o en comunidad, no importa donde, en que circunstancias si nuestra, boca, mente, cuerpo, espíritu es una Alabanza a Dios Uno y Trino, ÉL irá haciendo su obra en nosotros y en aquellos que puso en nuestro peregrinar, hacia la tierra prometida.

Al concluir el Año Sacerdotal

Compartimos con ustedes tres artículos de Zenit.  Por favor compártanlo con sus párrocos, directores espirituales, confesores, amigos sacerdotes.

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Llamamiento a los sacerdotes a la conversión al concluir su año

El cardenal Meisner les invita a acudir al sacramento de la confesión

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 9 de junio de 2010 (ZENIT.org).- La primera jornada del encuentro internacional de sacerdotes más numeroso de la historia ha quedado marcada por el llamamiento a la conversión y a acercarse al sacramento de la Reconciliación con Dios.

Ante los diez mil presbíteros que ya han llegado a la ciudad eterna para participar en la clausura del Año Sacerdotal, el cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, recordó que así como la "Iglesia siempre debe ser reformada" ("Ecclesia semper reformanda"), del mismo modo el obispo y el sacerdote "siempre debe ser reformado" ("semper reformandus").

En la meditación que ofreció en la mañana de este miércoles, antes de la celebración de la misa en la basílica romana de San Pablo Extramuros, reconoció que los sacerdotes, al igual que Pablo en el camino a Damasco, "tienen que caer de nuevo del caballo, para caer en los brazos de Dios misericordioso".

Por este motivo, "no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral hacer correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para que sea más atractiva. ¡No es suficiente! Lo que hace falta es un cambio de corazón, de mi corazón".

"Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas", aclaró al iniciar el congreso internacional de sacerdotes convocado por Benedicto XVI y organizado por la Congregación vaticana para el Clero, que culminará este viernes, día del Sagrado Corazón de Jesús, con una misa en la plaza de San Pedro del Vaticano en la que se esperan a unos quince mil presbíteros.

Importancia de la confesión

El cardenal Meisner reconoció que "una de las pérdidas más trágicas" que la Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX ha sido "la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación".

La escasa participación en este sacramento, comentó, "constituye la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote".

"Cuando fieles cristianos me preguntan: '¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?', entonces siempre respondo: 'Id a confesaros con ellos'".

Según el purpurado alemán, "allí donde el sacerdote deja de confesar, se convierte en un agente social religioso" y "cae en una grave crisis de identidad".

"Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, de un lado o del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes para su alma y su misión".

"Un confesionario en el que está presente un sacerdote, en una iglesia vacía, es el símbolo más impresionante de la paciencia de Dios que espera".

Confirmación del amor de Dios

En el confesionario, continuó, "el sacerdote puede echar un vistazo a los corazones de muchas personas y de ahí surgen motivaciones, aliento, aspiraciones para el propio seguimiento de Cristo".

La confesión, observó el cardenal, "nos permite acceder a una vida en la que sólo se puede pensar en Dios".

"Ir a confesarse significa hacer que el amor de Dios sea algo más cordial, escuchar y experimentar eficazmente, una vez más, que Dios nos ama".

"Confesarse significa recomenzar a creer, y al mismo tiempo a descubrir que hasta ahora no nos hemos fiado de una manera suficientemente profunda de Dios y que, por este motivo, hay que pedir perdón".

Dada la importancia de la confesión, el purpurado consideró que desde su punto de vista "la madurez espiritual de un candidato al sacerdocio para recibir la ordenación sacerdotal se hace evidente en el hecho de que reciba regularmente --al menos una vez al mes-- el sacramento de la Reconciliación".

De hecho, en este sacramento se encuentra "al Padre misericordioso con sus dones más preciosos, es decir, su entrega, el perdón y la gracia", concluyó.


Cardenal Cañizares: “En el sacerdote, no hay lugar para una vida mediocre”

Intervención en un congreso celebrado en Roma

ROMA, miércoles, 9 de junio de 2010 (ZENIT.org).- En el debate sobre el sacerdocio, es necesario reconocer "la indiscutible necesidad de que toda forma de existencia sacerdotal tenga un contenido profundo, nítido, vibrante y no adulterado: Cristo conocido, Cristo vivido, Cristo comunicado", considera el cardenal Antonio Cañizares Llovera.

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, intervino con estas palabras en el congreso "A imagen del Buen Pastor", que se celebró este martes en el Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum" de Roma, en la víspera del congreso mundial de presbíteros que clausura el Año Sacerdotal.

Si en el fundamento del sacerdocio tiene que estar Cristo, aclaró, entonces "en el sacerdote no hay lugar para una vida mediocre".

"No debería haber lugar nunca y mucho menos en el momento actual, en el que es tan necesario mostrar la identidad de lo que somos y dar así razón de la esperanza que nos anima".

"El sacerdote debe ser como Cristo. Debe ser santo. La santidad sacerdotal no es un imperativo exterior, es la exigencia de lo que somos". De hecho, sin la santidad sacerdotal "todo se derrumba".

El Año Sacerdotal, bendición de Dios

Para el purpurado español, el Año Sacerdotal ha sido "un gran don, una bendición de Dios".

"En el futuro constataremos los frutos de la deseada renovación: la fuerza del Espíritu Santo renovador y santificador, impetrada con tanta oración y ayuno en todo lugar, no será vana si se muestra en un testimonio sacerdotal vigoroso y gozoso, renovado y evangélico, que contribuya a la tan necesaria renovación de la humanidad de nuestro tiempo", aseguró.

Si bien este año se ha celebrado "en medio de una tormenta mundial, en la que se ha manifestado la debilidad de sacerdotes", esto "no ofusca ni mucho menos el reconocimiento del inmenso don que representan los sacerdotes".

Los presbíteros, "presencia sacramental de Cristo, sacerdote y Buen Pastor de nuestra vida", "son de por sí un don de Dios a los hombres" y "ofrecen a Cristo en persona que es el Camino, la Verdad y la Vida, Luz que ilumina nuestros pasos, Amor que no tiene límites y que ama hasta el final".

"Nos anuncian y nos ofrecen su palabra, que es vida, fuerza de salvación para quienes creen, buena noticia que llena de esperanza; nos conceden de parte de Dios el perdón y la gracia de la reconciliación".

"En particular, nos dan a Dios, sin el cual no podemos nada y no podemos esperar nada. Son gesto y señal del amor irrevocable de Dios, que no abandona a los hombres".

"Los sacerdotes no son sólo algo conveniente para que la Iglesia 'funcione' bien; más bien hay que reconocer que los sacerdotes son necesarios simplemente para que la Iglesia exista".

Ejemplos de virtud

El cardenal expresó "admiración, reconocimiento y gratitud a los sacerdotes", recordando a los que le han ayudado "a ser lo que soy y que de ningún modo merezco ser: un sacerdote, sencilla y gozosamente un sacerdote".

"Doy las gracias, por ejemplo, a ese gran santo sacerdote de mi pueblo, durante 45 años, que entre las numerosas manifestaciones de su caridad de buen pastor fue capaz de dejar su casa a los apestados", "y cargó a espaldas a los muertos para darles digna sepultura".

"Doy las gracias al sacerdote ejemplar y apostólico que me llevó al seminario y me orientó a través de ese camino que ha llenado de alegría mi vida".

"Quiero dar las gracias a tantos sacerdotes que están dedicando toda su vida a las misiones, a los países más pobres y al servicio de los más pobres, de los que nadie se preocupa", "los numerosos sacerdotes que trabajan en el anonimato de las ciudades, que tienen que afrontar dificultades generadas por una corriente de secularización fortísima, y cambios de mentalidad debidos a una nueva cultura".

Su reconocimiento se extendió también a los presbíteros que "desempeñan su propia tarea y servicio pastoral en los suburbios y pueblos, que con frecuencia tienen la sensación de ser olvidados y estar aislados, de no saber qué hacer, pero que muestran siempre que Dios se encuentra en lo que es pequeño y en lo que no cuenta a los ojos del mundo".

"No os echéis para atrás ante el duro trabajo del Evangelio --dijo a los sacerdotes--. Nuestra vida sacerdotal vale la pena; somos necesarios. ¡Animo! ¡Adelante!".

"¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él ese tesoro evangélico por el que vale la pena darlo todo. Y a todos los demás pido reconocimiento, ayuda, comprensión, colaboración y oración por los sacerdotes".


“El sacerdote, llamado a la nueva evangelización”

Homilía del cardenal Cláudio Hummes en la clausura del Año Sacerdotal

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 9 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Este Año Sacerdotal quiere ser una ocasión para renovar en los sacerdotes la conciencia de su misión evangelizadora, afirmó el cardenal Cláudio Hummes, prefecto de la Congregación para el Clero, en la homilía de la Misa con la que iniciaron hoy los actos de clausura de este Año, en la Basílica de San Juan de Letrán.

“El gran objetivo del Año Sacerdotal ha sido renovar en cada presbítero la conciencia y la actuación concreta de su verdadera identidad sacerdotal y de su específica espiritualidad con el fin de continuar de nuevo la misión en forma renovada”, afirmó el purpurado.

Ante los miles de presbíteros procedentes de todo el mundo y llegados a Roma para el Encuentro Internacional de la clausura, el cardenal Hummes afirmó la urgencia “de la misión ad gentes y la nueva evangelización misionera en las tierras ya evangelizadas”.

“Esto significa que es urgente levantarse e ir en misión. Es esto que el Espíritu Santo, en este encuentro internacional, quiere renovar en todos nosotros”, explicó.

“Debemos ser muy conscientes de la actual urgencia misionera. Sintámonos una vez más convocados por el Señor y enviados. Es necesario que nos levantemos y que vayamos en misión por todos los lugares”.

Por un lado, la “descristianización de los países de antigua evangelización”, por otro, “la nueva evangelización, que muchas veces deberá ser una verdadera primera evangelización, más allá del primer anuncio de Jesucristo en los países y en los ambientes en sentido estricto llamados tierras y ámbitos de misión ad gentes”.

El prefecto de la Congregación para el Clero recordó que “los medios para vivir y actuar su vocación y su misión, el presbítero los encuentra, sobre todo, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y en la oración”.

“El contacto diario con la Palabra de Dios, en particular, en la forma de la lectio divina y del estudio de la teología es indispensable para profundizar su adhesión a Jesucristo y alimentar el contenido de su evangelización”.

A su vez, la Eucaristía “es centro y culmen de la vida de la Iglesia y, de esta manera, de la vida del presbítero”.

Todo el ministerio del presbítero “está ordenado a la Eucaristía y parte de la Eucaristía para la misión. La misión busca de llevar nuevos discípulos a la mesa del Señor y de la mesa eucarística los discípulos parten de nuevo para la misión”, concluyó.