lunes, 18 de mayo de 2009

Religiosos y Laicos, una misión común en la Iglesia y en la sociedad

Douglas Umaña Esquivel

La acción del Espíritu Santo ha llevado a la Iglesia a emprender nuevos caminos para vivir el proyecto de Jesucristo en medio del mundo. Los laicos y las comunidades religiosas sintiéndose Iglesia toman cada día una mayor conciencia de la misión y colaboración entre si que deben ejercer. Y así, ponen en común, la propia riqueza que se convierte en fuerza transformadora a través de la acción en medio del mundo.

El Reino de Dios es la realidad fundamental en la predicación de Jesús, entonces descubrir la “misión”, nuestra misión es el imperativo dirigido por Jesús a sus discípulos: ¡Vayan! ¡Vayan y anuncien el Reino!. En la Iglesia todos sus miembros somos misioneros. Entonces, es toda la Iglesia que recibe la misión de evangelizar y el trabajo de cada uno es importante para el crecimiento de todos. Religiosos y laicos por tanto comparten en la Iglesia la tarea de ser misioneros en medio del mundo y desde el propio carisma anunciar a Jesucristo haciendo efectivo el Evangelio. Podemos decir por tanto que no hay varias “misiones”, hay solo una Misión compartida, y es la de anunciar a Jesucristo.

La iglesia por inspiración del Espíritu Santo nos dice en documentos como Evangelii Nuntiandi, Christifideles Laici y el documento conclusivo de Aparecida que los laicos, hombres y mujeres ejercen una amplia y variada gama de ministerios en la Iglesia. Ellos se desempeñan como cabeza de las comunidades locales, como catequistas, como maestros, como animadores de oración, como servidores de la Palabra, como ministros de los enfermos en casas y hospitales, como servidores de los pobres. Ellos juegan un papel importante en las acciones por la paz y la justicia entre las naciones. Los laicos son llamados por vocación a evangelizar el mundo de la cultura, de la política, de la economía, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional y de los medios de comunicación. Cada vez son más los laicos que motivados e inspirados en el carisma de un instituto comparten la propia riqueza para hacer más eficaz su labor en el mundo.

La Misión es el camino hacia la santidad. La santidad es la vocación universal de todos los bautizados en Cristo. La llamada al seguimiento de Jesucristo es válida para todos los fieles incorporados a la vida y misión de Jesús. El camino de la Misión es el camino de la santidad. La santidad es la perfección en la caridad, y la caridad es la tarea fundamental de la Iglesia desde la cual se construye el reino de Dios. Los cristianos son llamados a crear la cultura de la solidaridad, expresión del amor y desde ella establecer la civilización del amor abarcando todo los hombres y todas las esferas de la humanidad. Compartir la misma vocación a la santidad nos pone en circunstancias de igualdad que permite compartir entre religiosos y laicos el camino de seguimiento a Jesús para trabajar juntos en la edificación del Reino.

La familia y los jóvenes son llamados a desempeñar un papel especial en la común misión de la Iglesia. Si pensamos en las familias es importante recordar el bello nombre usado por el Vaticano II y repetido por Evangelii Nuntiandi describiéndola como la “Iglesia doméstica”. La familia, como Iglesia, es un lugar donde el evangelio se trasmite, especialmente a los hijos, y a través de ellos viene irradiado a otros, particularmente a través del testimonio de unidad y de amor

Cruz Ap 25En este momento en el que nos renovamos tras un centenario de caminar en Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús, el Espíritu del Señor está abriendo nuevos caminos para la actividad misionera de los laicos. Las comunidades religiosas hoy viven su carisma compartiéndolo con los laicos, la razón es más bien eclesial, ya que la Iglesia es una comunidad caracterizada por la comunión y la participación entre los llamados a vidas religiosas y los llamados a vidas consagradas como laicos. Hablando de esta realidad podemos evocar una ilustradora cita del Papa Juan Pablo II que dice en el documento para la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica.:“La novedad de estos años es sobre todo la petición por parte de algunos laicos de participar en los ideales carismáticos de los Institutos. Han nacido iniciativas interesantes y nuevas formas institucionales de asociación a los Institutos. Estamos asistiendo a un auténtico florecer de antiguas instituciones, como son las Órdenes seculares u Órdenes Terceras, y al nacimiento de nuevas asociaciones laicales y movimientos en torno a las Familias religiosas y a los Institutos seculares. Si, a veces también en el pasado reciente, la colaboración venía en términos de suplencia por la carencia de personas consagradas necesarias para el desarrollo de las actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración de vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto.

Uno de los frutos de la Iglesia “Comunión” es la colaboración y el intercambio de dones, para participar más eficazmente en la misión de la Iglesia. El carisma de cada instituto se manifiesta de dos maneras: viviéndolo y compartiéndolo con otros.

  La colaboración será profundamente eclesial en la medida en que exista una profunda convicción en la Iglesia sobre la llamada universal a la santidad, sobre la llamada universal a la Misión y sobre la llamada universal a crear una civilización del amor. Esta labor se realizará más eficazmente en la medida que exista claridad, encarnación e inculturación del carisma.

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