domingo, 28 de junio de 2009

Dar y recibir en el seno de la familia

Rosibel Vargas Mattey

familia Una necesidad fundamental del ser humano es pertenecer. Se pertenece a un grupo, a una escuela, a un equipo, a una familia, a una religión, etc. El sentido de pertenencia se desarrolla cuando nos relacionamos unos con otros mediante el ejercicio de Dar y Recibir. Nos pertenecemos en cuanto formamos parte de una forma característica de vida, en donde ponemos en movimiento las diferentes dinámicas de las personas que componen un núcleo familiar, dando y recibiendo- beneficios y responsabilidades.

Partiendo del hecho de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás, encontramos que la familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor.

El Papa Benedicto XVI nos ilumina en ese dar y recibir amor de la siguiente manera:

“La base de una familia sana se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta verdadera vocación a la santidad. Los hijos, deben ser fruto del amor,Pareja3 de la donación total y generosa de los padres. Es necesario que digan un «sí» de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado y que tienen su propia personalidad y carácter. Así, éstos irán creciendo en un clima de aceptación y amor, y es de desear que al alcanzar una madurez suficiente quieran dar a su vez un «sí» a quienes les han dado la vida. Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y, por tanto, también para la familia: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en el bautismo. De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor, pues el Señor es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a través del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo.
Junto con la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres y responsables. Por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Si éstos ven que sus padres -y en general los adultos que les rodean- viven la vida con alegría y entusiasmo, incluso a pesar de las dificultades, crecerá en ellos más fácilmente ese gozo profundo de vivir que les ayudará a superar con acierto los posibles obstáculos y contrariedades que conlleva la vida humana. Además, cuando la familia no se cierra en sí misma, los hijos van aprendiendo que toda persona es digna de ser amada, y que hay una fraternidad fundamental universal entre todos los seres humanos”

No es fácil hoy en día ser modelo de santidad en los hogares y desarrollar ese sentido de pertenencia en el dar y recibir amor ante la indiferencia, la sensualidad y el materialismo en que se mueve el mundo. Solamente en la medida en que le damos paso a Dios en nuestras vidas, en que Él se convierte en el centro de nuestra familia, es que se inicia un cambio paulatino que con el tiempo hace que brille ese hogar para ejemplo de otros hogares necesitados de conversión y santificación. Dar y recibir, desprenderse de sí y dejarse amar, es la dinámica transformante en la que toda familia debe caminar. La práctica de las virtudes y la vida de oración, son herramientas para ser más generosos cada día en nuestro tiempo, en el diálogo con los hijos, en la paciencia, la tolerancia, la caridad, la aceptación, el respeto, etc.

En el ocaso de la vida de Conchita el Señor le pidió que iniciase una nueva obra en favor de la santidad de los hogares. "Te voy a pedir una cosa. Una Cruzada de almas víctimas en favor de la gloria de mi Padre, siguiendo el espíritu de la Cruz. Quiero muchos actos de expiación por los divorcios que tanto daño traen a los hogares, a los esposos, hijos, sociedad. Quiero expiación por tantos pecados ocultos y por tantas faltas de omisión en la formación cristiana de los hijos. Quiero una 'Cruzada de almas víctimas por la santificación de los hogares' " (31 de octubre, 1935).

“Hacer a otros felices es ser feliz, esparcir en torno nuestro la alegría,

es poseer la fuente de ella”

Concepción Cabrera de Armida

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