martes, 23 de junio de 2009

Un mes sacerdotal

Silvia Umaña Álvarez

cruz manos En este mes celebraremos varias fiestas muy significativas para todos los católicos, pero especialmente para quienes conformamos la Familia de la Cruz. En primer lugar la fiesta de ese Jesús que es Sacerdote y Víctima, luego la fiesta de la Santísima Trinidad, el Corpus Christi o Cuerpo y Sangre de Cristo y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. A la luz del Año Sacerdotal que dará inicio este mes ¿cómo se integrarán todas estas celebraciones dentro del misterio sacerdotal de Cristo?

En verdad, se trata de aspectos del único misterio de la salvación, que en cierto sentido resumen todo el itinerario de la revelación de Jesús, desde la encarnación a la muerte y resurrección hasta la ascensión y el don del Espíritu Santo.

Él nos reveló que Dios es amor ‘no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia’ (Prefacio de la misa de la Santísima Trinidad): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; por último, es Espíritu Santo que todo lo mueve, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres personas que son un solo Dios, pues el Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que incesantemente se entrega y comunica” (Benedicto XVI).

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús pretende contemplar el amor sensible y a la vez elevar a los hombres a la consideración y adoración de su amor infundido. Esta devoción nos une íntimamente al Amor divino del Verbo encarnado, se dirige especialmente a la caridad de Dios, a la unión del amor de los hombres con este Corazón que es humano y divino a la vez. Y nos recuerda, así mismo, la base del ser cristiano que debe ser el amor; un amor que quiere demostrarse y compartirse en los sufrimientos de Jesús.

Este corazón se conmueve y ofrece todo su amor a la humanidad, se nos revela como una infinita pasión de Dios por el hombre. En Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: Amor que Salva. Su Corazón llama a nuestro corazón; nos invita a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de Él y, siguiendo su ejemplo, hacer de nosotros mismos una ofrenda permanente al Padre, en una misa continuada.

De este Amor es que surge el ministerio sacerdotal, según el Catecismo de la Iglesia Católica "El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús" (n. 1589). Por eso es que esta celebración es la ocasión propicia para que los sacerdotes de corazón a Corazón crezcan en intimidad con Jesús, para así anunciar, extender y consolidar el Reinado del Espíritu Santo en el mundo. Se nos pide hacer de Cristo el corazón del mundo, es decir, que los corazones humanos se conviertan en el Corazón de Jesús (en Uno solo) comenzando especialmente por aquellos que han sido llamados a permanecer más cerca de Él: los sacerdotes.

En este año en especial se quiere promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio de vida sea cada vez más intenso. La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos; de ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convertidos y convencidos.

Es ocasión perfecta para redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de los ordenados así como para la promoción de las vocaciones. El tema del año sacerdotal es “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” en que se busca además sensibilizar a todo el pueblo de Dios a vivir con constante fidelidad y renovando la conciencia de la identidad propia. Todo esto por medio de la intimidad con Dios y en fraternidad.

En tiempos y sociedades en los que no se valora el don y la gracia del sacerdocio se hace importante recordar que venimos al mundo para salvarlo y no para juzgarlo. Todos los fieles estamos llamados a colaborar para que los sacerdotes vivan con alegría y fervor su vocación y misión dentro de la Iglesia y el mundo. Así mismo valorar el don que significa el sacerdote para el pueblo de Dios: La Eucaristía, que es el centro de la Iglesia, el sacramento del amor.

En la Eucaristía tenemos la oportunidad de ser partícipes del Jesús que ofrece y se ofrece por nosotros y nuestra salvación; Jesús Sacerdote y Víctima que nos invita a seguirlo por medio del ejercicio pleno y consciente del sacerdocio bautismal. Y que nos llama también, en especial a los que participamos de la Espiritualidad de la Cruz, a ofrecer nuestra vida por la santificación de los sacerdotes; que los acompañemos con nuestra oración y presencia para que se sientan amados por su Iglesia y enriquecidos para ejercer el don de su ministerio en comunión.

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