lunes, 27 de julio de 2009

María es Madre de la Iglesia

Eric J. Mora Salazar

La maternidad de María, Nuestra Madre, es un don inigualable, es un derrame total y absoluto de gracias para nosotros, el pueblo sacerdotal, del cual ella es participante primada y antes que todo, Madre. Ella es la más eficaz intercesora. La llamamos Abogada, Mediadora. Pero María no puede ser nunca equiparada con el Verbo Encarnado (Catecismo de la Iglesia Católica – CIC –, 970). De tal manera que nos encontramos ante un misterio: María es la mujer que vivió el camino de la fe como ningún otro ser lo vivirá, alcanzando la perfecta unidad con su Hijo, incluyéndose aquí un giro peculiar: ella es su Madre, y por tanto Madre de la Iglesia.

En virtud de que María es Madre de Cristo, también es Madre de la Iglesia. Puesto que la unión de Cristo con su Iglesia es inseparable, la unión de María con la Iglesia  de su Hijo también lo es. Al brotar la Iglesia del costado de Cristo, esta es una con Él y en Él. “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’” (Jn 19, 26). Cristo y María y Cristo y la Iglesia; todo se confabula en una unidad. Jesús dona su Madre al discípulo amado – nosotros – y a partir de este momento la Santísima Virgen, quien había participado del Misterio del Verbo Encarnado desde su concepción hasta su pasión y muerte, extiende su amor materno a la Iglesia.

María es Mediadora. Si bien es acertado reconocer que Cristo es el único Mediador ante el Padre, “la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia.” (Lumen Gentium – LG –, 60) Pues de la misma manera que los presbíteros y el pueblo de Dios participan del sacerdocio de Cristo, siendo Él el Sumo y Eterno Sacerdote, asimismo “la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación” (LG, 62).

¿Querría decir esto que todos nosotros también podemos ser, como María, MA123mediadores? Sí (ya vimos por qué), y no. A diferencia de nosotros, desde el “hágase en mí según tu Palabra” nuestra Madre se matricula rotundamente a la voluntad del Padre, a la obra de redención de Cristo, y a todo impulso del Espíritu Santo. La Madre de Dios constituye la “figura” (typus) de la Iglesia, su prototipo de discípulo. Ella está enriquecida con una grandísima dignidad y privilegios y es para la Iglesia, como amorosa Madre de Cristo, el modelo de perfecta fe, esperanza y caridad. Los dones y gracias derramados sobre ella superan infinitamente los nuestros.

Pero todo esto no la convierte en una deidad. Ella permanece unida a los hermanos de su Hijo. Ella es miembro eminente de la Iglesia al cooperar con su amor a su nacimiento. (LG, 53) Es primera en el orden de la gracia y en la economía (manejo, gestión, eficacia) de la salvación. A partir de esta gracia, la Iglesia se ve llamada a imitarla en perfección y en amor materno, levantando sus ojos hacia ella como un niño levanta los ojos a su mamá.

Nos dice la Lumen Gentium en el no. 65: “La Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.” Permanezcamos unidos en oración para que, al ejemplo de María, la Iglesia que somos todos nosotros permitamos que el Espíritu Santo engendre a Cristo en nuestros corazones.

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