miércoles, 21 de julio de 2010

Oración

María del Carmen Venegas

ORACIÓN… palabra de siete letras, número de plenitud. La experiencia de oración nos acerca y une a Dios Padre desde el principio de los tiempos, desde Abraham; es lo que une al hombre con el Padre.

Cuando somos pequeños se nos se nos dice:vamos a rezar. Y es así como se nos enseña a orar; es tal vez una forma equivocada pero es la más común. Así sucede cuando hacemos la Primera Comunión porque nos quedamos solamente con la formación hasta ese punto y así es difícil que comprendamos el valor de la oración.

37531_143602278989300_100000185868547_423766_7022760_n Muchas veces decimos “tanto que pedimos en la oración y todo sigue igual” o “eso queda para los que están siempre metidos en la Iglesia”. No asumimos lo importante que es meditar acerca de la oración. Jesús le dijo a Pedro, a Santiago y a Juan en el Huerto de los Olivos¨: “Orad para no caer en tentación”. La continua unidad con el Padre es lo que nos alimenta y nos suple todas las necesidades de la vida, pero teniendo presente que para a orar hay que disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre y cooperar con el plan divino.

En su hora de agonía, Jesús oró al padre y se entregó a su voluntad; sintió un gran dolor al ver todos los pecados del mundo, desde nuestros padres terrenales Adán y Eva hasta el final de los tiempos, y exclamó: “Padre mío, si es posible aparta de mí este cáliz”; después se recogió y dijo “Que se haga tu voluntad y no lo mía”. Es aquí cuando empieza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos por el propio Hijo único.

La oración es fruto de la fe y nos sitúa en la recta de la esperanza; en ella recuperamos nuestra verdad de hijos y hermanos. Es el punto de partida y el recurso indispensable para moldear nuestro ser conforme al Evangelio y por ella abrimos la puerta para que el Dios de amor sea el único Señor de nuestra vida; más aún, por la oración Dios actúa en nosotros dándonos a comprender nuestra condición de hijos amados y perdonados.

También por medio de la oración el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestras flaquezas, pues a veces no sabemos cómo pedir lo que nos conviene; con su mediación oramos con la confianza de hijos y las palabras brotan espontáneamente. En la oración nos encontramos con Dios Padre de todos, con el Hijo que participa de los sentimientos del Padre y con el Espíritu que transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Orar y vivir esta comunión con Dios Trino y Uno experimentamos el amor gratuito y comunitario que nos anima a amarnos mutuamente y así todos alcancemos la plenitud de vida.

Debemos orar no para informar a Dios de nuestras necesidades, sino para que nosotros busquemos, porque la necesitamos, su ayuda divina. Así nos lo dice Él en el Evangelio: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas las cosas se os darán por añadidura.” Estas palabras también nos recuerdan que las peticiones que hacemos en nuestra oración no se cumplen ahí mismo pero que si recurrimos a Dios en ese ámbito de confianza, nuestra oración será eficaz porque así es como Él actúa, penetrando con su gracia hasta el fondo de nuestro corazón iluminándolo desde allí.

La confianza es la clave para interpretar la oración de María en el Magníficat, donde también la manifiesta como acción de gracia, alabanza y purificación; en ella expresa su percepción de Dios y su intimidad de creyente; su canto tiene eco en el alma de todos los pobres y todos los justos que gozan de la presencia benevolente del Salvador, de un Dios misericordioso que se deja impactar por los males y sufrimientos que aquejan a las personas. En su cántico, María celebra que Dios, con su misericordia, hace una llamada de conversión para los ricos y soberbios, da palabras de confianza para los pobres y los hambrientos; su petición está resumida en la frase “hágase en mí según tu palabra”, expresión con la que permite ser transformada por la fuerza del Espíritu Santo porque confía, escucha, deja que la Palabra se haga carne y cambia, así, toda la historia de la humanidad.

¡Quién más que María, Madre de Misericordia, para enseñarnos y acompañarnos a orar a Dios Trino y Uno!

¡Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos, sálvalos!

1 comentario:

  1. ¡Qué importante es la oración y cuánto la dejamos muchas veces! Es lo que nos mantiene en sintonía y lo que le da sentido a nuestros apostolados y acciones diarias.
    Sin oración no hay transformación y entonces no hay conversión.
    Podemos empezar por buscar un espacio durante el día para la oración.

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