lunes, 23 de marzo de 2009

Una vida en el Amor

Leda Z. Álvarez Araya

Pocas veces disponemos del tiempo necesario para reflexionar. El trajín acelerado de la vida de hoy en día nos arrastra entre las responsabilidades personales, familiares, laborales, sociales e inclusive espirituales. A pesar de las decisiones que tomamos, priorizando los espacios de oración y misa diaria dentro de las actividades cotidianas; continuamos renqueando y es donde nos cuestionamos sobre ¿cómo hacer que Dios esté presente en mi vida, siendo testigo coherente de mi encuentro con Él?

Hace unos días me solicitaron estas líneas, más por haberme reincorporado hace escasos 15 días al trabajo, me había sido muy difícil encontrar el espacio para redactar las ideas que se desarrollaban en mi mente. A Dios gracias hoy estaba almorzando con mi esposo y me relató una situación en la que había intervenido a favor de una ancianita y como la presencia amorosa de su preocupación por el bienestar de aquella señora había permitido que se resolviera construyendo una mejor calidad de vida para ella y permitiendo mayor armonía para quienes la tienen a su cuidado. Fue cuando me llegó el chispazo de escribir sobre la idea que siempre me acompaña de CONSTRUIR en vez de DESTRUIR… de SER PARTE de la SOLUCIÓN en lugar de ser parte del PROBLEMA… Esa será la plataforma de mi reflexión.

A través de la nuestra historia personal, que inicia desde que se conocen nuestros padres; logramos encontrar la presencia de un Dios que es todo Amor y que nos va tejiendo con los hilos de las personas a las cuales nos encarga cuando nacemos. Así es como la familia, nuestra familia se convierte en viva presencia de Dios para quiénes aún no logramos “pensar” con el sentido común y la lógica del adulto maduro. Estas personas nos enseñarán su percepción de la realidad, nos transmitirán el amor o el odio, la presencia o la ausencia de Dios y por medio de sus actitudes nos mostrarán como construir o cómo destruir nuestra realidad. Esa en la que nacimos.

Las realidades temporales, esas circunstancias en las que estamos inmersos todos los seres humanos cuando nos encontramos con Dios, son el fermento en el que crece la semilla del amor en la práctica de las virtudes. Dios es respuesta para nuestra inspiración, es la fuerza para construir en el amor, para buscar la justicia en nuestras acciones, para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás. Enfrentando, confrontando, con delicadeza pero con firmeza. Fortaleza y suavidad.

Pese a nuestros esfuerzos, una fuerte corriente de individualismo pretende arrastrarnos. Las experiencias comunitarias han perdido interés, ya no son una respuesta para el mundo de inmediatez en el que nos desarrollamos. Es urgente rescatar a la persona, humanizarla. Es necesario romper las cadenas de la automatización y la falta de consciencia de los efectos de una vida egocéntrica y desordenada. Es hora de rescatar al Espíritu Santo como esa fuente inspiradora y emanadora de la fuerza necesaria para continuar con el proceso de crecimiento en el amor.

Llamados a santificar nuestras realidades temporales les invito a meditar la Palabra: “Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.” 1 Jn 4:21 para hacerla vida en nuestro corazón. Ahí está el secreto, solo rescatando el Amor que ha sido depositado en nuestra existencia por la Divina Providencia, podremos empezar ese encuentro con nosotros mismos para continuar el camino hacia el Padre, en sincera y humilde convivencia, construyendo, unidos cada día, la esperanza de un mundo mejor…

Rescatar a la persona es rescatar al Espíritu Santo.

¡Espíritu Santo, Ven!

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