lunes, 4 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma: La danza de lo in-conveniente

Para este domingo el relato de la curación del ciego de nacimiento es el ritmo que amenizará el baile de esta semana. Para ver la reflexión completa pueden ir aquí.

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Dolores Ailexandre

20080302Aflojad la tensión de vuestras manos y dejad que se os escapen las riendas con las que intentáis controlar a Dios, podría decirnos el ciego de nacimiento. Liberaos de vuestra obsesión por fiscalizar los "cómos" y dominar los "porqués" de sus acciones: tampoco yo conseguí entender por qué untaba mis ojos con aquel barro espeso que parecía cegar aún más mis pupilas. Pero me fié de su palabra, me dirigí a tientas a la alberca de Siloé, me lavé y, junto con el barro, se fueron mis tinieblas y me vi sorprendido por la luz como en la primera mañana de la creación. Aceptad el desafío de creer que el barro puede ser  portador de luz, confiad  en las manos de quien lo aplica a vuestros ojos, reconoceos en la negativa farisea de aceptar que la luz pueda llegar por otro camino que no sea el de los propios candiles y lámparas.

Decidíos a creer que Alguien sabe mejor que vosotros qué es lo que os cura y lo que puede hacer luminosa vuestra vida y no os contentéis con conocerle solamente por el sonido de su voz y el roce de sus manos: porque él os sigue buscando para que podáis contemplar también el rostro del que procede toda luz.

Dad fe a la Palabra que os asegura que  vuestras carencias y cegueras no os encierran definitivamente, sino que pueden ser puertas abiertas para el encuentro y entregad vuestra fe y vuestra adoración a Aquel que no pasará nunca de largo por las cunetas de vuestros caminos.

Un día, estaba sentado con Rodleigh, el jefe del grupo, en su caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas. Me dijo:

- Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor. El público podría pensar que yo soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella es Joe, mi portor. Tiene que estar allí para mí con una precisión instantánea, y agarrarme en el aire cuando voy a su encuentro después de saltar.

- ¿Cuál es la clave?, le pregunté.
                                       
- El secreto, me dijo Rodleigh*,  es que el saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto al encuentro de Joe, no tengo más que extender mis brazos y mis manos y esperar que él me agarre y me lleve con seguridad al trampolín.

- ¿Que tú no haces nada?, pregunté sorprendida.

- Nada, repitió Rodleigh. Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor. Yo no debo agarrar a Joe. Es él quien tiene que agarrarme. Si aprieto las muñecas de Joe, podría partírselas, o  él podría partirme las mías, y esto tendría consecuencias fatales para los dos. El saltador tiene  que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su portor esté allí en el momento preciso.

Cuando Rodleigh dijo esto con tanta convicción, en mi mente brillaron las palabras de Jesús: "Padre, en tus manos pongo mi Espíritu". Morir es confiar en el portor. Podemos decir a los moribundos: "Dios se  hará presente cuando deis el salto. No tratéis de agarrarlo; él os agarrará a vosotros. Lo único que debéis hacer es extender vuestros brazos y vuestras manos y confiar, confiar, confiar".

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* Rodleigh Stevens es el fundador y entrenador principal del Circo Trix. Ha estado involucrado en la industria del circo durante más de 30 años como artista intérprete o ejecutante, aparejador y entrenador. Como intérprete, Rodleigh se especializo en el trapecio.

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