martes, 10 de febrero de 2009

Identidad: proceso y proyecto

Silvia Umaña Álvarez

En la actualidad, vivimos en un mundo muy complejo: la fragmentación de las experiencias comunitarias y de la vida personal generan la construcción de una identidad cambiante según las circunstancias. Hemos perdido la autenticidad y la disipación y la confusión no nos permiten reconocer referencias claras. A nosotros, en Alianza de Amor, se nos propone una identidad bien definida y delimitada por medio de la tarea y el compromiso de construir un Proyecto de Vida en coherencia con los valores evangélicos.

Siguiendo la línea de Viktor Frankl (*) podríamos definir la identidad como el motor que impulsa al hombre y a la mujer a actuar y sentir, dotándoles así de un concepto unificado de lo que le rodea y de sí mismo(a). Es decir, que la identidad es un proceso de unificación donde se le confiere coherencia, validez, unidad y dignidad al ser y al actuar de cada persona.
El proceso que nos conduce a la consolidación de una identidad es conocido como “maduración”, y es dentro de este proceso que juega un papel fundamental la referencia a los valores que la persona vive y actualiza, en nuestro caso estos valores se confrontarán necesariamente con la experiencia de fe que cada uno vive, experiencia que tiende a convertirse en una fe madura, basada en una relación personal con Dios, y en referencia explícita a la persona de Jesucristo. La madurez nos confronta con la capacidad de integrar Fe y Vida, y de vivir una existencia cristiana autodeterminada, autónoma y madura.
Pero antes es fundamental tener contacto con las propias emociones y sentimientos, poder hacernos responsables de ellos y asumirlos como propios. Esto nos impulsa a adoptar una actitud consciente de nuestro ser en cada momento del presente, enriqueciendo así nuestro autoconocimiento; conocer qué queremos y luchar por obtenerlo.
Este camino nos invita a procurar una combinación armónica entre los diversos elementos que componen nuestra identidad, no confundirla con un rol específico, ya que esto nos empequeñecería; la persona es (mucho) más que sus roles y más que abarcarla estos deben ser atendidos y cuidados de manera equilibrada.
La identidad no sólo nos vuelve sobre nosotros mismos, a vivir de motivaciones auténticas; sino que también nos posibilita para tener una actitud de acogida y una comunicación interpersonal auténtica, transparente. Nos impulsa hacia una concepción solidaria de la vida, que nos lleva a pensar en el otro como una persona a quien respetar y amar, haciendo visible el llamado de Dios a vivir auténticamente en comunión como hermanos e hijos de un mismo Padre y partícipes de una misma misión.

La identidad dentro de Alianza de Amor marca un proceso de crecimiento, pero al mismo tiempo exige una convicción y un compromiso serio. Es necesario mirar al pasado para recoger los elementos principales de nuestra identidad; pero es indispensable y urgente mirar hacia el futuro y concebirla como un proyecto que responda a la pregunta: ¿qué queremos ser?
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(*)Frankl, V.E. El hombre en busca de sentido. Herder, 1979 Barcelona

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