miércoles, 2 de marzo de 2011

Fecundidad y obediencia en el servicio

Silvia Umaña Álvarez

20090329“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre” (Jn 12,24-26).

Con mucha ilusión y alegría nos recibe nuestro Padre amoroso cuando decidimos entregarle nuestra vida, generalmente cuando iniciamos algún camino espiritual particular. En mi experiencia personal, e imagino que así será en el caminar de muchos otros, me encontré con la generosidad de Dios que no titubeó en regalos para un alma que recién se abría a Su Gracia.

Nuestra madre espiritual, VSD Concepción Cabrera de Armida llama a este inicio de la vida cristiana la primavera. Con esta referencia inmediatamente podemos transportarnos a la exuberancia y riqueza que la naturaleza muestra cuando estalla la primavera. En estos momentos siente el alma la Presencia de Dios y se descubren con gratitud los dones.

Como miembros de Alianza de Amor se nos llama a poner estos dones al servicio de nuestra Obra pero en cualquier momento de nuestra vida debemos tener en consideración algunos peligros que por nuestra naturaleza humana, podrían interferir en cómo realizamos nuestro aporte.

Recordemos que es un eje de nuestro compromiso como discípulos que vivimos en Alianza de Amor tanto desarrollar una acción apostólica como colaborar en lo que se necesite dentro de nuestras comunidades y nuestros centros. Los servicios a la Obra están contemplados como acción apostólica.

Para la realización de estos servicios con pureza de intención se requiere de un profundo conocimiento de Dios y de sí mismo. El conocimiento de Dios lo recibimos en la oración, se aprende más orando al pie de Jesús Crucificado o frente al Sagrario, que en los libros más sabios, pues en la oración contemplativa el Espíritu nos ilumina para comprender y hacer vida aquello que muchas veces escuchamos o leemos y no comprendemos plenamente.

En el ámbito del conocimiento de sí mismo el discernimiento es el elemento central. Y éste puede ser iluminado por lo que Conchita nos advierte como los peligros de la primavera y que San Juan de la Cruz llamó la gula espiritual.

La primera tentación es la del fariseísmo, esto es considerar que no son tan graves los pecados propios si se miran en comparación con los de otras personas. Esto nos lleva al peligro de confundir el anhelo de santidad con nuestra realidad, sentirse ya obra finalizada, que no queda más por aprender o por crecer. Creyendo haberlo recibido ya todo (en dones y gracias) no se esfuerza la persona por ser constante y perseverar.

La relación con los demás se ve también afectada en tanto que se juzga a los demás, se ven solamente sus defectos y se habla mal de las otras personas. Esto surge de la soberbia espiritual ya que la persona se siente superior a las otras.

El servicio dado de esta manera no es auténtico porque lo que se está buscando es a sí mismo y sus fines, al contrario de la pureza de intención que todo lo hace para la gloria de Dios y para cumplir su Voluntad. Al ser entonces una expresión de amor propio se cree que son los demás los que necesitan de su don, y por ello caen en el desorden y en la desobediencia.

La necesidad de servir a toda costa (por el amor propio y no por un sincero espíritu de servicio) induce a cambiar, quitar, añadir a su antojo aquellas tareas que les son encomendadas. Porque quieren hacer lo que les place, consolar su espíritu, satisfacer su necesidad. Corren de un lado a otro acumulando todas las oraciones, libros y participación en todas las actividades posibles. Todo lo que se realiza de esta manera, desorganizadamente, generalmente es estéril.

A simple vista no parece haber ningún problema, pero se debe DISCERNIR y ACOMPAÑAR para canalizar el desbordamiento de Amor para que sea FECUNDO. Para así no sucumbir ante las tentaciones y los peligros. Todos hemos de pasar por la primavera pero nunca quedarnos allí porque eso implicaría caer en una religiosidad vacía.

El servicio auténtico y sincero es aquel que se asienta sobre la HUMILDAD, ponerse por debajo del otro. Esto se logra de distintas maneras en cada uno de nosotros, y el encargado principal de esta obra es Dios, que se ocupará oportunamente de ofrecernos las circunstancias en las que tengamos oportunidad para crecer. Todas las virtudes se adquieren mejor en la adversidad.

Hablando sobre la fecundidad de San Pablo el entonces Cardenal Joseph Ratzinger recalca que “el éxito de su misión no fue fruto de la retórica o de la prudencia pastoral; su fecundidad dependió de su sufrimiento, de su unión a la pasión de Cristo[1].

Jesús nos invita a renunciar y morir a la propia voluntad, ofreciendo amorosamente el abandono. En palabras del evangelista San Marcos: “Quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35).


[1] Conferencia del Cardenal Joseph Ratzinger (hoy Su Santidad Benedicto XVI) sobre la Nueva Evangelización.

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