miércoles, 15 de abril de 2009

Pascua y Espiritualidad de la Cruz: amor, dolor y resurrección

Ronald Marín Rojas

El domingo 12 de abril se abre en la vida de la Iglesia un período festivo: La cincuentena pascual o tiempo de pascua. La cincuentena es el tiempo simbólico que recuerda a Cristo resucitado presente en su Iglesia, a la que hace donación de la Promesa del Padre: el Espíritu Santo. La Pascua es por tanto el culmen de los que vivimos la Espiritualidad de la Cruz, ya que una vez asumido el valor salvífico de Cristo en la Cruz, su donación al Padre por cada uno de nosotros y nosotras, todo bajo la acción del Espíritu Santo, resucitamos a cada hermano(a) mostrándoles el rostro resplandeciente de Aquel que por Amor y puro Amor lo da todo sin esperar que se le retribuya absolutamente nada.

El tiempo pascual es, por ende, un tiempo fuerte dentro del año litúrgico, de tanta importancia como la Cuaresma, a la que supera no sólo en duración, sino, sobre todo, en simbolismo. La Cuaresma es figura de esta vida de prueba y tentación; la Pascua, en cambio, representa la eternidad, la perfección de la meta. Por otra parte, el tiempo pascual es el tiempo litúrgico dedicado al Espíritu Santo (quien dirige las Obras de la Cruz), que ha brotado del costado de Cristo muerto en la cruz.

La mejor vivencia de la Pascua, como de toda la liturgia, es su interiorización. En ella conmemoramos el paso de la muerte de cruz a la nueva vida de la resurrección; en efecto, mientras ante nosotros se renueva y perfecciona el prodigio realizado por Dios en beneficio del pueblo de Israel, arrancándolo de la esclavitud de Egipto, dicho portento se realiza ahora también en relación con nosotros, en cuanto que con Cristo y en Cristo, somos arrancados cada vez más enérgicamente de la muerte del pecado e introducidos en una nueva vida, la cual, a su vez, se proyecta hacia el último cumplimiento, que tendrá lugar cuando, en la Parusía de Cristo (segunda venida), seamos introducidos en la eterna resurrección, en la tierra de la última promesa, en el imperecedero reino de Cristo y de su Padre y del Espíritu Santo.

Y nuestra vida cotidiana como seguidores de la Espiritualidad de la Cruz, tiene que orientarse efectivamente en el pleno sentido de la Pascua: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba" (Col 3,1-4), dando testimonio con las obras del compromiso que anima al pueblo de Dios. Se trata de dejar las obras de las tinieblas para vivir como hijos de la luz. Esta es la espiritualidad de la Cruz, que bajo el matiz pascual, se transforma en espiritualidad del Éxodo, del Cordero inmolado, del Bautismo, de la Eucaristía, de la Resurrección, del Camino en seguimiento de Cristo Sacerdote y Víctima resucitada.

El que vive la Espiritualidad de la Cruz especialmente en este tiempo de gracia pascual, tiene, en pleno siglo XXI, la misión de:

-Creer con pasión, es decir, disfrutar ser cristiano, amar lo que es.

-Luchar por un mundo más humano, por un mundo donde haya más esperanza, tratando de animar a quienes ya no pueden seguir para que se decidan a continuar y ver lo bueno que hay en la vida.

-Ser valientes difusores del Evangelio.

-Desde donde estemos, en la oficina, en la escuela, en la familia, comportarnos como alegres hijos de Dios.

-Pasar de una Fe ciega a una Fe madura, a una Fe resucitada.

-Ser personas en el mundo que disfrutemos de lo sano del mundo, santificando cada realidad temporal.

Así que hermano o hermana que lees este artículo:

ÁNIMO, ÁNIMO, ERES EL SUEÑO DE UN PADRE CON ESENCIA MATERNA, QUE TE SOÑÓ, HACIÉNDOSE CARNE COMO TÚ, MURIENDO POR TI, Y VOLVIENDO DÍA A DÍA A LA VIDA POR TI, ESO ES LA PASCUA Y LA CRUZ…

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