jueves, 23 de abril de 2009

Testimonio: Experiencia Misionera

Emilia Solís

 

En respuesta a la petición para colaborar con nuestro boletín “Muralla”, doy gracias a Dios por poder compartir con mis hermanos y hermanas de Alianza de Amor un poquito de la rica experiencia de misión “ad-gentes” que Él me permitió vivir hace ya algunos años.

 

Llegué a la ciudad de Panamá un día del mes de julio de 1992, con el deseo y la ilusión de colaborar como misionera en el Vicariato Apostólico de Darién, región que limita con Colombia.

 

Desde muchos meses atrás estuve en comunicación con Mons. Rómulo Emiliani, a quien conocía hacía varios años, y le manifesté mi disponibilidad para apoyar su labor en la porción de tierra que el Señor le había confiado para su pastoreo.  La respuesta no llegaba tan pronto como yo esperaba, porque se nos olvida que el tiempo es de Dios y Él sabe cuándo y en qué momento…

 

Pues bien, un par de días después de mi llegada, el Obispo me llamó  a su oficina en la Capital, para conversar sobre la tarea que me tenía asignada.  El haber sido mi director espiritual cuando estuvo por aquí, en Costa Rica, le permitió conocer bien tanto mi vida personal como laboral, por lo que había determinado dejarme en funciones administrativas y no en pastorales.  Quedé sorprendida por la propuesta, pues mis planes eran los que quizá todo misionero anhela: trabajo y acompañamiento en las comunidades, evangelización, lidiar con el barro, el polvo, largas caminatas, ir por los ríos… Me dije para mis adentros que debía haberle exteriorizado mis deseos, pero él se tomó en serio lo de mi disponibilidad.  Como dice Conchita, “no como yo, sino como Tú”.  A pesar de esto asumí con “santa obediencia” el proyecto que me planteaba, alternar un mes en labores administrativas en la ciudad y un mes en trabajo pastoral en la misión.  ¡Interesante!  El quehacer misionero es muy amplio y así como se me presentó podía cumplir con las expectativas del Obispo y vería mi anhelo hacerse realidad… pero en la práctica no resultó.  Las responsabilidades administrativas absorbían la mayor parte de mi tiempo y no alcanzaba para más, pero esto no fue motivo para sentirme mal, al contrario, estaba feliz porque era mi aporte a un servicio que repercutía, de alguna manera, en el desempeño del resto del personal misionero que se encontraba en Darién. 

 

La función principal de la oficina en la ciudad de Panamá era ser enlace y apoyo entre la ciudad y los equipos misioneros, debido a la mala comunicación y la falta de infraestructura en Darién: la carretera interamericana era de lastre y de tierra, durante el invierno se cerraba en varios tramos y los caminos de penetración se volvían intransitables; a muchas comunidades solo se podía llegar por los ríos y a algunas solo por mar o por aire;  muy pocos pueblos contaban con plantas para electricidad  y el sistema telefónico, con muchas deficiencias, solo había en La Palma, capital de la provincia.  Por medio de radiocomunicación se atendían las necesidades apremiantes que requerían los y las misioneras, incluyendo el abastecimiento de alimentos y combustible para la movilización interna.  Los envíos se hacían principalmente por barco.  Igualmente, desde esta oficina había que hacer las labores de contabilidad, secretaría, gestiones bancarias (la provincia solo contaba con un Banco poco accesible para la mayoría de las comunidades) y suplir de los materiales necesarios para la labor pastoral. 

 

Pasadas algunas semanas, cuando lo que a mí me competía en la parte administrativa estaba encausada y se desarrollaba a un ritmo normal, se me dio la oportunidad de colaborar con los diferentes equipos misioneros en época de Semana Santa, Navidad, Fiestas Patronales, talleres, seminarios y otras actividades que me permitieron conocer las diferentes zonas misioneras, tanto indígenas como colombo-panameñas, afros y campesinas.  Este abanico de oportunidades no hubiera sido posible si me hubieran asignado un equipo y una zona misionera determinada.  Se confirma aquello de “Tus caminos no son mis caminos ni mis planes son tus planes”.  Y para seguir fraseando con Conchita, “No cuando yo, sino cuando Tú.”

 

Enseñanzas… muchísimas.  Tuve la oportunidad de conocer mucho de la historia y la sociedad de Panamá en general y la de Darién en particular, aunque también pude palpar muy de cerca el dolor de un pueblo muy sufrido por el olvido y la marginación en casi todos los ámbitos… Y la Iglesia de Darién, con su presencia acompaña, con muchísimas limitaciones, a ese rebaño del Señor. 

 

Juntos, Iglesia y pueblo, procuran hacer vida el Evangelio de Jesús en sus propias vidas,  intentan construir el Reino de Dios en medio de sus carencias siguiendo un camino de fe y esperanza, labrando un destino con mejores oportunidades que les permita un desarrollo integral y liberador. 

 

Quizá mis expectativas del principio no eran las que me había trazado, pero sí me siento muy agradecida con el Señor, por la oportunidad que me dio de vivir una experiencia en la  cual fui su instrumento para que otras personas realizaran con eficiencia y eficacia su quehacer misionero.  Al menos esa fue siempre mi intención porque… “Somos servidores inútiles que no hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación” Lc.17,10b. Y porque… “Quien se siente bendecido no vive por el interés, no espera ningún premio, porque la vida misma vivida desde la entrega es la mejor recompensa.”

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